Hoy voy a compartir un relato que escribí hace un tiempo atrás, y que como lo postulé a los premios anuales de literatura no podía publicar hasta que no pasaran los "fallos". Mi relato no llegó lejos en dicho "concurso" pero sigue siendo uno de mis "hijos" mas queridos.
Elegí este día, 14 de Febrero, para compartirlo como un pequeño homenaje de amor a algunas de las personas que lo inspiraron: mis abuelas obviamente, pero sobre todo, Gladys, mi suegra, quien nos dejo hace pocos meses atrás, pero que aún vivía cuando lo escribí. Elegí este día en particular porque sobre todo ella ha sido un ejemplo de AMOR. De ese que va más allá de los festejos "consumistas" de la actualidad. Ella y mi suegro recorrieron un largo camino de más de 70 años juntos. Un matrimonio que supo afrontar buenos y malos tiempos. Que crio hijos y cuido padres, lucho, trabajó, compartió y vivió al máximo cada instante de sus vidas. Fueron hijos, padres y unos abuelos estupendos. Y para mi, un regalo que ya no esperaba tener, una familia que me hizo sentir de nuevo en casa.
El
tiempo de los abuelos
...Aquella cálida brisa primaveral
irrumpió por la ventana en un remolino que por unos segundos la hizo levantar
la vista de su computadora y elevar sus ojos al cielo. Por unos segundos _que
bien podrían haber sido una eternidad_ su mente viajó muy lejos de allí... Esa
brisa... el olor de la tierra caliente de los primeros días de verano, la transportaron por un instante a los días de
su infancia donde mil recuerdos se agolparon intempestivamente en su mente.
Como una película, aquel preciso instante: el olor, la temperatura, el sol en
ese punto exacto y los árboles meciéndose fuera de su ventana... fue
exactamente como un "deja-vu". Por un instante pudo volver a sentir
la piel ajada y el olor suave y sutil de su abuela. Aquella abuela casi
"mágica" que no solo había acompañado su infancia, sino que había
sembrado muchas semillas dentro de ella. Semillas que atesoraba y llevaba
consigo como una talismán. Por un segundo volvió a escuchar su voz con absoluta
nitidez. Y se quedó así... absorta... como suspendido su aliento en el aire
tibio del medio día. Fue un instante fugaz, pero sintió como su alma se
regocijaba en ese recuerdo y en sus labios se dibujó una amplia sonrisa...
Sin
duda alguna, se consideraba una gran privilegiada. Había tenido la fortuna de
poder disfrutar mucho _muchísimo!_ de sus abuelas. No vivían en la misma
ciudad, pero esto no impedía que estuvieran cerca. Cada una era exactamente el
opuesto de la otra. Pero justamente eso, era parte del encanto. Cada una de ellas llenó
su vida de maneras diferentes. Y de cada una de ellas_ años más tarde_ iba a
considerarse "heredera" de sus dones más entrañables... e iban a ser
su "sustento emocional" cuando las tempestades de la vida amenazaran con arrasarlo todo.
***
Vengo de una familia casi tan
disfuncional como cualquiera. Sin embargo, en el acierto y/o en el error, tuve
la suerte de crecer rodeada de valores que me ayudaron a construir mi vida y me
convirtieron en la mujer que soy. Y en
esto_ también_ la presencia de mis
abuelos fue fundamental. Pero tan fundamental como su presencia, fue el lugar
que ellos ocupaban dentro de la familia _incluso en materia de
"jerarquías"_ . Vengo de una familia donde las abuelas eran parte de
la vida cotidiana y crecí escuchando sus historias, sus anécdotas. Conocí de la
mano de ambas las mil batallas que libraron en sus vidas, aprendimos con sus
ejemplos, pero también escuché mis primeros cuentos desde el regazo en camisón
y las manos ajadas que sostenían los libros de fábulas.
Soy de la época en que los abuelos
estaban para "consentir" con cierta "picardía" a los
nietos, pero donde también la palabra de los abuelos tenía todo el peso de la
experiencia vivida. Vengo de la generación de los abuelos que llegaron como
inmigrantes escapando de las guerras del viejo mundo, que vinieron con una mano
delante y otra atrás y supieron luchar por establecer sus familias y ganar el
pan para alimentar a sus hijos. Soy nieta de aquellas personas de vida austera
que muchas veces no habían terminado la escuela, pero llevaban consigo un
enorme bagaje cultural que _como niños que éramos_ no terminábamos de
comprender mucho, cómo lo habían obtenido.
Y es que aquellos "viejos" que apenas podían creer lo que era
el milagro de la televisión tenían el ojo agudo y observador entrenado para ver
otras cosas. Veían el mundo a través de otros lentes. "Absorbían" el
mundo como esponjas por cada uno de sus poros. Y de la misma manera, entregaban
todo en cada palabra, en cada caricia, en cada sonrisa.
Abuelos
piratas
Los abuelos varones de la familia no
estuvieron tan presentes como las mujeres, no obstante lo cual, también jugaron
su papel, al menos en lo que a valores familiares se refiere y aunque más no
fuera simplemente por el ejemplo de lo que "no se debe hacer" en la
vida
A mi abuelo paterno no lo conocí.
Falleció antes de que yo siquiera anunciara mi llegada a este mundo. Las
historias dicen que no era precisamente un tipo simpático, sino más bien un
viejo amargo como pocos y con todo el rigor de los militares de antaño. En
síntesis, que no me perdí nada, como quien dice. Aún así mi viejo lo amó mucho
y lo recordaba con mucho amor y cariño.
Quien vendría a representar el papel
de abuelo paterno en mi vida, sería el segundo esposo de mi abuela. El día que
les comunicó a sus hijos su decisión de volver a casare no se privó tampoco de
aclarar que era demasiado joven para vivir el resto de su vida sin sexo. Y ante
el estupor,_ y antes de que sus hijos atinaran a recoger sus desmayadas
mandíbulas de sorpresa_, la abuela ya se había vuelto a casar. Un viejo
tranquilo y entrañable de temperamento ameno y dulce al que en lo personal
quise mucho y pude disfrutar poco porque se murió cuando yo apenas contaba 6
años. Aún así su recuerdo quedo impreso en mi memoria entre los más bellos de
mi niñez y su muerte marcó mi primera pérdida importante en la vida.
Mi abuelo materno... bueno... para
ser honestos con la historia... era un viejo sátrapa al que supimos querer y
respetar porque simplemente... así eran las cosas en mi casa. No fue un buen
padre _a mi gusto obviamente!_ y mucho menos, un buen esposo. Fue violento y
amargo con sus hijos, infiel con su esposa y peleado con la vida. Sin embargo
_y vaya a saberse porqué..._ tuvo la suerte de tener una familia bondadosa con
él cuando los años le pasaron factura de sus "maldades". Era
increíble pensar cómo mi abuela había sobrevivido a casi 50 años de matrimonio
con él. Mi abuelo era un hombre alto, fornido, de manos enormes y una fuerza
titánica. Aún siendo un viejo con dos prótesis de cadera, seguía siendo un tipo
muy fuerte. Mi abuela por el contrario, era una mujer diminuta que pesaba
apenas 30 kg mojada... Sin embargo, la inteligencia de mi abuela siempre primó
por sobre la fuerza bruta del abuelo, aún en las horas finales de éste, estando
ya preso de la demencia senil que lo mató.
Al igual que aquel personaje de
"Clara" en "La casa de los Espíritus", mi abuela un día
simplemente le cerró las puertas de su dormitorio y nunca más lo dejo entrar. Y
a pesar de que él podría simplemente haberla corrido de un empujón, el umbral
de la puerta parecía tener una invisible cerca eléctrica capaz de
electrocutarlo sólo por pensar en pasar la línea. Así de fuerte era el espíritu
de mi abuela. Jamás la oímos alzar la voz. Jamás una palabrota... nunca un
gesto duro o grosero... por el contrario era toda dulzura... y tal vez por eso
era irresistible y nadie podía decirle que NO a nada... Recuerdo como en mi infancia le preguntaba a mi abuela porque no se
divorciaba... después de todo... el no merecía una mujer como ella a su lado.
Pero mi abuela siempre respondía lo mismo "No nena...! como voy a dejar a
tu abuelo solo...! Es un viejo y me necesita y yo... yo a pesar de todo, lo
quiero mucho!"
Pese
a todo esto, _y con los años a cuestas_ el viejo tenía una gran virtud:
respetaba a mi padre por encima de todas las cosas. Respeto que mi padre
correspondía de la misma forma, y por lo cual reinaba entre ambos una especie
de "camaradería" en la cual ninguno se entrometía en la vida del otro
y sabían compartir y disfrutar los buenos momentos cuando la familia se reunía.
Si bien les había hecho la vida imposible a mis padres mientras eran novios,
supo dar un paso al costado cuando se casaron y guardar su lugar y compostura,
por lo que mi padre nunca necesitó ponerlo en su sitio. Era un pacto tácito
entre los dos hombres y era simplemente, algo natural.
Algo
de la poca dulzura que era capaz de sentir mi abuelo _y que nunca supo darle a
sus propios hijos_ sí supo derramarla sobre sus nietos, por lo cual, aunque en
menor medida que a mis abuelas, puedo decir que de todas formas lo disfruté, lo
quise, y lo lloré el día que se murió.
Solía llevarme con él a sus dos
lugares favoritos cuando me quedaba unos días con ellos en su casa: La oficina
del telégrafo _donde tenía un puñado de amigos oficinistas que había generado
vendiendo tapas de guías telefónicas_ y la Cancha de Bochas, donde departía con
otro puñado de viejos más estropeados que él sobre "lo perdida que estaba
la juventud" de la época. Me
presentaba con orgullo y me llevaba de caminata por el barrio contándome todas
las historias del lugar, de cada casa, de cada esquina... Otras veces solía contar acerca de sus
travesuras infantiles cuando era monaguillo, o nos relataba sobre sus tiempos
como boxeador amateur. A pesar de todas las cosas malas que tenía, aquel viejo
supo igual cautivarnos con sus historias. Y a pesar de lo sátrapa que había
sido, siempre fue tratado con amor y respeto supremo sólo por el hecho de ser
"el abuelo".
Cuando la demencia senil se fue
apoderando de su persona, fue muy doloroso ver como aquel "coloso" se
derrumbaba lentamente tras la niebla de una mente que ya se batía en retirada
acosado por los fantasmas de una conciencia atormentada por su propia vida. A
pesar de eso, todos nos mantuvimos a su lado hasta el último suspiro que pudo
exhalar. Mi abuela firme como siempre, no se separó un segundo de "su
viejo" hasta que le dio su último adiós...
En aquel momento mi abuela contaba
con 79 años y todos temíamos qué iba a pasar ahora que se quedaba sola. Pero
antes de que cualquiera de nosotros pudiera abrir la boca, ella nos salió al
cruce de manera tajante: "Que a nadie se le ocurra venir a instalarse en
mi casa, ni me quieran llevar a vivir con nadie. Ahora que el abuelo no está,
finalmente voy a hacer todas las cosas que no pude hacer los últimos 50
años".
Y
así fue exactamente: Se anotó en clases de yoga, se dedico a visitar a viejas
amigas y parientes, paseaba y disfrutaba cada instante al máximo. Comía a la
hora que le pelaba la gana, y disfrutaba la paz del recientemente conquistado
silencio de su casa.
Abuelas
opuestas...
Las dos viejas eran tan maravillosas
como diferentes. Mientras que mi abuela paterna era todo "glamur" mi
abuela materna ya estaba de vuelta en esas lides. Una que no dejaba que le sacáramos
fotos si la tintura de su pelo no estaba impecable, mientras la otra ostentaba
la plata de sus cabellos como un trofeo conquistado con ahínco. Las manos de mi
abuela paterna eran hermosas y siempre con una manicura impecable, mientras que
las manos de mi abuela materna tenían los dedos torcidos y rugosos como las
ramas añosas de un árbol antiguo. La abuela paterna era la que preparaba los
grandes "banquetes" familiares repletos de placeres
"gourmet" mientras que mi abuela materna era la de los guisados y las
sopas.
Lo curioso era que no sólo
presentaban un gran contraste entre la una y la otra, sino que ellas eran en sí
mismas, una sucesión de contrastes cuasi insólitos. Mi abuela paterna, siempre
"arreglada", con sus prendas de vestir de marca y perfumes caros, su
manicura impecable, y siempre maquillada, era la misma que salía en ojotas y
batón a juntar hongos y leña al monte y no temía a las alimañas que le hicieran
frente, a las que simplemente de un chancletazo _o en el mejor de los casos, de
un hachazo_ borraba del mapa.-
Mi abuela materna, delgada,
diminuta, de apariencia frágil, manos torcidas y cabello plateado como la luna,
era por el contrario una mujer de una fuerza enorme, de alma indómita y
carácter tan dulce como firme. Había sido en
sus épocas mozas una mujer regordeta y coqueta, pero con los años ya
estaba "de vuelta" respecto a todas las cosas que podían considerarse
"superfluas". Olía a violetas y encaraba la vida con alegría y sin
tantas complicaciones. Era la típica que le daba exactamente igual salir a la
calle con dos medias de diferente par, siempre y cuando no estuvieran rotas o
sucias.
La casa de mi abuela paterna siempre
olía a tortas y manjares recién horneados. La casa de mi abuela materna olía a "primus".
Una tenía una moderna heladera y una gran cocina donde preparaba exquisitos
manjares para agasajar a cualquiera que pudiera llegar sin avisar. La otra
tenía una vieja heladera "bombee" ruidosa y el máximo avance
tecnológico que habíamos logrado imponerle era tener una garrafa de 3kg _ADEMAS
del viejo "Primus" que mantenía siempre brillante y lustroso_.
Aún así, las dos viejas tenían un
millón de cosas en común. En sus casas nunca se pasaba llave a la puerta, y
todos éramos bienvenidos a cualquier hora, aún sin avisar. En sus casas se respiraba una
paz excepcional y un aire descontracturado y fresco.
Disfrutaban
mucho la una de la otra cuando se juntaban y en mi familia era usual salir de
vacaciones con ambas abuelas juntas, lo cual reportaba un disfrute extra para
toda la familia. Cada una con su estilo, cada una con sus manías, pero las
diferencias se terminaban en el vaso de whisky con la picada de la noche junto
al fuego. Eran tremendamente compañeras! Amaban el mar, la playa y la aventura.
La abuela paterna era completamente
atea. La abuela materna era dueña de una FE inquebrantable en Dios, pero lejos
de la toxicidad de las religiones. Así crecí entre un padre agnóstico _pero
respetuoso de las creencias de cada uno_ y una madre católica pero poco
practicante. Una abuela pragmática y otra abuela casi de cuento de hadas.
Si
bien ambas abuelas vivían en una ciudad lejos de nuestra casa, la abuela
materna pasaba largas temporadas en casa, por lo que aunque no vivíamos
directamente con ella, para nosotros era casi lo mismo. La semana que venía a
Montevideo a arreglar cosas en su casa y atender al abuelo se nos hacía
eterna! La abuela paterna viajaba para
los cumpleaños y reuniones familiares y cargaba con todos los lujos de "la
capital" en cada viaje: sándwiches,
masitas y regalos sofisticados.
Cuando la familia viajaba a la
capital el "tour" incluía necesariamente, las casas de ambas abuelas,
_cada cual con lo suyo_, y no había un lugar mejor que otro. Lo que
compartíamos con cada una de ellas era absolutamente grandioso!
Eran _seguro!!_ unas abuelas muy
"atípicas". Eran las confidentes de todos. Podías hablar de sexo con
ellas como no podías hacerlo ni con tus mejores amigos. De su mano caminamos
ciudades, museos, montes, estanques, monumentos. Corrimos aventuras y
transpiramos historias. Fuimos a pescar, comimos bajo las estrellas, limpiaron
nuestros desastres y hasta nuestros raspones cuando nuestros padres por algún
motivo no estaban ahí.
Mi hermano y yo éramos inquietos y
traviesos, aunque mi hermano era ciertamente mucho mas temerario que yo. En
aquellos tiempos en que la televisión empezaba pasadas las 6 de la tarde
mantener ocupados a dos "engendros" como nosotros no era tarea fácil.
Sin embargo, mientras la abuela paterna nos llevaba a juntar renacuajos al
estanque en un bollón de dulce de leche, la otra abuela me mantenía ocupada por
largas horas jugando competencias detrás de la ventana de casa a ver quien
contaba más obreros pasando en bicicleta a la hora de salida de las
obras... algo tan simple... y sin
embargo de los mejores recuerdos que atesoro de mi infancia...
***
Así fue mi niñez. Rodeada de esas
personas que me hacían ver el mundo desde otro sitio. Que sembraron en mi la
semilla de la curiosidad, el espíritu crítico, el optimismo y la capacidad de
observar. Que me enseñaron que no importa lo duros que puedan ser los acontecimientos
hay dos cosas que no podemos olvidar: que el sol tarde o temprano siempre
vuelve a salir y que la vida hay que disfrutarla en cada aliento que damos. Que
las cosas más valiosas no se compran con dinero, y que el que no baja los
brazos siempre sale adelante.
Sí... eran muy diferentes una de la
otra... pero eran dos viejas sabias que siempre tenían la respuesta apropiada
ante nuestros desvelos.
Nunca _durante los años que compartí
con mis abuelas_ se me ocurrió cuestionarme que hubieran momentos de mi vida
que no fueran a compartir... ellas SIEMPRE estaban. Siempre estuvieron en cada
momento importante de mi vida o de la vida familiar. En las buenas, y en las
malas. En todas. No fue sino hasta que llegué a los 20 años y una de ellas
falleció que caí en la cuenta de que no iban a estar allí "para
siempre" como yo soñaba. Fue un golpe muy duro. El primero de muchos que
vendrían con mi vida de adulta. Y me hizo tomar conciencia de lo efímero de las
cosas. De un plumazo comprendí que el tiempo no perdona y que los momentos que no aprovechamos, que
no vivimos, simplemente... se van para siempre.
A partir de ahí, me prometí _ y me
propuse_ que no iba a esperar a que la gente se fuera para lamentarme de los
momentos perdidos. A partir de ese día exprimí al máximo las horas que tenía
con mi otra abuela. Ahora sí tenía claro que era cuestión de tiempo que ella
también tuviera que partir.
Tres años más tarde, la otra abuela
se fue... La muerte de mis abuelas fue un golpe muy duro para toda la familia.
Para mis padres, no sólo era perder a sus madres. Era como perder "el
norte". (algo que llegaría a comprender años después cuando a mi misma me
tocara despedirme de mis "viejos"...) Era perder una amiga, una
confidente, el "cable a tierra", el punto de referencia. De alguna
manera, no podíamos evitar sentir que ambas se habían ido "antes de
tiempo" ya que una falleció de cáncer y la otra por una cirugía simple,
pero de la que no logro recuperase precisamente por su edad. A una de ellas la cuidamos por más de un año,
a la otra apenas unas semanas. Pero en ambos casos, la familia cerró filas en
torno a esas mujeres de estirpe guerrera que tanto nos habían dado a lo largo
de sus vidas, y entregamos todo hasta el último minuto luchando por ellas. Estuvimos en cada momento e hicimos que cada
segundo contara. Y eso, también se quedó con nosotros.
Tal vez por todo esto, es que
disfruto tanto al conversar y compartir con gente mayor. Perderme entre sus
historias... dejarme transportar a otros tiempos y otras épocas como en un
viaje sin límites. Y aquella manera tan particular de ver el mundo que aprendí
de mis propias abuelas hace que pueda llegar hasta el corazón mismo de esos
relatos sin tiempo... y no importa cuántas veces los escuche, jamás me
aburren... por el contrario siempre les encuentro algo nuevo.
Pocas cosas me maravillan más que
las personas que, ya entradas en años, pueden contar apenas con su mirada, las
miles de historias que han pasado por su piel. Ver como sus ojos se iluminan
cuando alguien se sienta a escuchar sus relatos de otros tiempos y en sus
rostros casi podemos ver pasar esas vidas como una película. La picardía con
que encaran algunos comentarios y hasta se vuelven a sonrojar como si volvieran
a tener quince años.
Tan
lejos están aquellas realidades de
noviazgos con chaperonas y horarios de visita... y sin embargo no han pasado
tantos años... Simplemente... ha pasado
mucha "VIDA"...
***
Mi vida y mi camino dieron muchas
vueltas y a lo largo del recorrido tuve el placer de compartir momentos
entrañables con muchas personas que me llenaron con la riqueza de sus historias, de sus vivencias
y de su experiencia. Mi alma está llena
de maravillosos y ricos momentos que
jamás olvidaré. Cada una de esas personas tiene un lugar en mi corazón. En épocas donde aun no existía internet pude
viajar a los rincones más distantes de la tierra de la mano de algunos
individuos que me permitieron recorrer el mundo a través de su memoria. Conocí
de culturas, costumbres y sabores sin apenas salir de los límites de mi
ciudad... y aprendí de cocina y comidas
típicas desde las letras temblorosas y toscas de aquellos viejos que
compartieron las antiguas recetas de la familia en la intimidad de sus cocinas
con una taza de té de por medio, desde las hojas ajadas de un cuaderno añejo
escrito a lápiz...
Mi trabajo me ha permitido también
departir con gente sumamente interesante. También entre ellos cuento con varios
veteranos que han acumulado mostrador, experiencias y anécdotas que podría
pasar días enteros escuchando y disfrutando sin aburrirme jamás. Saboreando en
cada palabra lenta, en cada pausa, retazos de esas vidas bien vividas... y no
puedo evitar ver en cada uno de ellos, un poco de esos abuelos que tanto ame y
que aún extraño.
Los años han pasado. Lejos están
aquellos días de calor de mi infancia con olor a tierra húmeda y flores de
estación. Lejos quedaron los paseos a medio día de la mano de mi abuela materna
o los pasteles hojaldrados de mi abuela
paterna que nadie nunca pudo imitar. Lejos están las navidades con el pan dulce
casero _receta de mi abuelo paterno y sus parientes "tanos"_ que
horneaba mi viejo en un ritual sagrado junto a nosotros cada año. Lejos quedo
la bolsa de caramelos comprados a la vuelta de la Caja de Jubilaciones que mi
abuelo materno nos regalaba en cada Navidad... y lejos quedaron las tardes de viernes
con olor a limón rallado en la cocina de mi madre preparando el postre del fin
de semana cuando llegábamos de la escuela.
***
Un
mundo redondo...
La vida de alguna manera, va dando
la vuelta y los círculos se van cerrando. Hoy _ya adulta_ veo como la familia
se ha ido transformando. Muchos ya no están... y algunos nuevos han
llegado. En algún momento solo quedamos
mi padre y yo. Luego con mi marido
llegaron también mis suegros con sus más de 90 años encima... y la mesa volvió a ser grande y festejamos
poder compartir juntos, y "mi
viejo" pudo volver a sentirse "en familia". Con mis suegros
llegaron a mi vida, sus familias. Hermanos y amigos casi tan longevos como
ellos. Tuve nuevamente el placer de compartir entrañables historias que
nuevamente me regalaron un viaje a través de los tiempos absolutamente
impagable... Y disfrutaba especialmente
mucho cuando mi suegra se juntaba con su mejor amiga... apenas 72 años de
amistad! Una veterana dura y franca
dueña de una picardía rebosante y cuyos intercambios con mi suegro me hacían
saltar hasta las lágrimas de la risa. Un magistral "ping-pong" de
"chascarrillos" hilarantes con altura e ingenio que dejan corto a
cualquier show de "stand up" moderno...
Pero
un buen día... la risa termino... aquella maravillosa mujer ya no vino más... y
la mirada de mi suegra se tiño con un velo de tristeza amarga. A su querida
amiga del alma la habían mandado a un asilo. No estaba enferma. No necesitaba a
nadie que la cuidara. Simplemente, su familia primero la despojo de todo lo que
tenia y luego se desentendió de ella... dejándola como quien abandona un mueble
en un deposito.
Y en cada cumpleaños de mi suegra,
la veo sentada junto a la ventana... mirando con ojos tristes a lo lejos... su
amiga no esta... El teléfono suena y la
saca de su introspección ... es su amiga del alma! Los ojos se le ponen
vidriosos y una lágrima se asoma... su amiga entrañable no puede venir, pero
aun desde su exilio jamás deja de llamarla...
Por un segundo apenas, ambas pueden hacerse a la idea de que aquellos
tiempos pasados siguen siendo iguales... pero no lo son. Cuelga el teléfono y
vuelve a quedar con la mirada perdida y el llanto atragantado. La miro. El
corazón se me hace un nudo... y siento una punzada en el alma.
***
Si... vengo de una familia casi tan
disfuncional como cualquiera... pero aún a pesar de las cosas que pudieran
estar mal, de que no todos fuéramos perfectos, nadie fue dejado por el camino y
abandonado a su suerte. Sé que hay un amplio espectro de situaciones complejas
que nos orillan a tomar decisiones que no queremos. Tengo claro que hay veces
que no hay más opción que dejar a los que amamos al cuidado de alguien mejor
capacitado que uno y con mejores medios y herramientas para poder ayudar. Pero...¿qué pasa cuando simplemente el
tema es "descartar" lo viejo como si sólo se tratara de un trapo
usado...? ¿No tenemos todos el derecho a terminar nuestros días de la manera
más digna posible...? Me resisto a pensar que aquello de "cría cuervos y
te arrancarán los ojos" se convierta en una decadente realidad... aunque lamentablemente, lo veo cada vez con
más frecuencia... ¿Acaso hemos perdido tanto la cordura como para olvidarnos
completamente de dónde venimos...? ¿Acaso
somos tan ingenuos como para no ver que si hacemos eso con nuestros viejos,
estamos enseñando con el ejemplo a nuestros hijos para que el día de mañana hagan
lo mismo con nosotros...? ¿Que clase de valores estamos dejándole al mundo que
viene...? ¿Hemos perdido la noción de lo valiosos que son nuestros viejos...?
¿Adonde fue a parar aquello de aprovechar la experiencia acumulada con los
años...? ¿Tan seguros estamos de que la tecnología nos va a resolver la vida a
tal punto, que pueda sustituir aquel ojo crítico y observador que aún conservan
nuestros veteranos? ¿Tan corta se ha vuelto
nuestra memoria que ya ni siquiera queremos recordar nuestra propia historia, negándonos
de esa forma la posibilidad de aprender de los errores del pasado...? ¿Tan soberbios
somos como para pensar que somos "mejores" solo por ser más jóvenes... "mas
nuevos"...? ¿Y qué va a ser de nosotros el día que ya no seamos tan
jóvenes? Cuando la piel comience a arrugarse, el paso se haga más lento y las
palabras ya no acudan a nuestros labios con la misma rapidez de antes...
***
Me ha tocado despedirme de mis
padres. Cuidarlos cuando enfermaron.
Desmantelar la casa familiar y los casi 50 años de matrimonio y familia
que guardaba entre sus paredes. Mis
padres ya no están. Mi madre fue una
mujer bella y elegante. Mi padre era un
hombre inteligente, brillante y ecuánime. Cuando enfermaron, a mi madre la vi
perder toda su belleza pero jamás la luz de su sonrisa. A mi viejo lo vi perder
toda su cordura y ecuanimidad, pero no su espíritu soñador. Cuando ambos me
faltaron comprendí lo que se sentía perder "el norte" y cómo se
siente el desarraigo. Pero aún en los peores momentos, estuvimos juntos. Es
doloroso cuando vemos a esas personas que amamos irse desvaneciendo tras el velo
de la enfermedad. Es doloroso el solo hecho de verlos envejecer y pensar que en
algún momento ya no van a estar con nosotros. Pero es precisamente por eso que
tenemos que aprovechar a disfrutarlos, a compartir cuando aún están. Tal vez por todo esto, es que me resulta tan difícil
asimilar que los asilos estén tan llenos de gente que no debería estar ahí...
***
Vengo de un tiempo en que los
abuelos eran parte de la familia, de la vida cotidiana, y un referente. Vengo
de un tiempo donde ni las personas ni las cosas eran "descartables".
Donde viajábamos y soñábamos de la mano de esos viejos sabios que compartían su
vida y su amor a manos llenas. Donde la comida se hacía en casa, y no venía en
lata, y cuando nadie tenía que regularnos la sal en la merienda de nuestros
hijos. Vengo de un tiempo donde se comían los Nísperos arriba del árbol, la gente podía tomar café y disfrutar de una
buena chara en un BAR sin que un televisor tuviera a todos como idiotas mirando,
o a los gritos para poder escucharse. Vengo de un tiempo en que sabíamos
envejecer con dignidad y las arrugas en lugar de ser despreciadas eran símbolo
de experiencia y vida. Vengo de una época en la que teníamos "permiso para
envejecer" y ser viejo no era un pecado.
Vengo de un tiempo donde los viejos
eran respetados, y las personas no venían con fecha de caducidad...